Se puede definir al alfabeto como la democratización de la escritura. En efecto, su aparición favoreció el acceso a la escritura y al saber. Desde las oficinas de traductores en Madrid de Traducciones Agora te mostramos la historia del alfabeto y cómo ha ayudado al desarrollo de la humanidad.
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Origen del alfabeto
Los arqueólogos descubren en 1929 y 1930 en el yacimiento de Ugarit, en el norte de Siria, unas tablillas grabadas con caracteres cuneiformes de un tipo desconocido, que datan de los siglos XV-XIV a.C.
Su desciframiento permite establecer que se trata de caracteres alfabéticos consonánticos, que transcriben una lengua semítica. Y, que son probablemente el origen de nuestro propio alfabeto.
Históricamente, las condiciones culturales son desde hace mucho tiempo propicias a la emergencia de la escritura alfabética, que se inscribe en un movimiento general que apunta a la simplificación de la grafía y a la búsqueda de la precisión de la expresión escrita.
El ejemplo más impactante es el de la escritura egipcia, que, desde el reinado del segundo rey de la I dinastía (IV milenio a.C.), posee, paralelamente a la escritura hierática, un alfabeto consonántico de veinticuatro signos jeroglíficos.
Si los egipcios no hubieran permanecido obstinadamente fieles a los principios de la escritura ideográfica, habrían podido difundir el alfabeto en los primeros siglos que siguieron a la invención de la escritura.
Por otra parte, la escritura ideográfica fonetizada, característica de la lengua sumerio-acadia (IV-II milenio), de la escritura hitita (II milenio) y de la escritura micénica (siglo XV a.C.), desempeña probablemente un papel precursor en la concepción posterior del alfabeto.
Es perfectamente posible que el alfabeto ugarítico haya sido creado a partir de un desglose fonético de los signos silábicos sumerio-acadios, permitiendo formar los treinta caracteres consonánticos que lo componen.
Las primeras letras
El alfabeto ugarítico no sobrevive a los pueblos del mar que invaden Egipto y una parte del Próximo Oriente a partir del siglo XIV a.C.; sin embargo, es recuperado un siglo más tarde, después del renacimiento político de Fenicia, y refundido en el alfabeto denominado “de Biblos”.
El primer testimonio del uso de este nuevo alfabeto es un epitafio del rey Ajiram de Biblos, grabado en su sarcófago y que data del reino del faraón Ramsés II (1300- 1234 a.C.).
Si se admite la hipótesis de la transmisión ugarítica del alfabeto, en vez de una invención independiente, el aporte propio de los fenicios es el de modificarlo. Y, simplificar la forma de los signos, disminuyendo además su cantidad de treinta a veintidós.
El aporte de los fenicios
Los fenicios son asimismo, los agentes de su difusión en el mundo mediterráneo. Función que es confirmada tanto por la evidencia epigráfica como por los comentarios de Herodoto, de Diodoro de Sicilia, de Plinto y de Tácito. Posteriormente, los griegos perfeccionan el sistema fenicio al introducir las vocales (siglo VIII).
La invención del alfabeto: la revolución del saber
El alfabeto representa una etapa crucial para la humanidad. Su adopción constituye una verdadera democratización de la escritura. En efecto, ésta deja de ser un arte que se domina solo después de años de práctica.
La relativa simplicidad de sus principios abre las puertas del saber a los estratos de la población que ya no pertenecen necesariamente a la casta de los escribas o de los sacerdotes.
De esta manera, la adopción del alfabeto saca a la escritura del marco ideográfico para ubicarla en un contexto fonético, que es el mismo del lenguaje. De ahora en adelante, todas las combinaciones del pensamiento pueden ser expresadas por la permutación casi algebraica de los signos asociados a los sonidos.
Tal posibilidad facilita el descubrimiento, la conservación y la difusión de las ideas. Estas ventajas garantizan al alfabeto una fortuna excepcional: en efecto, a excepción del Extremo Oriente y de las Américas, su principio es universal y adoptado en forma duradera.
Heródoto describe, en sus Historias (V, 58-59), las modalidades de transmisión del alfabeto fenicio a los griegos. Este documento, importantísimo en el plano histórico, es también el texto más antiguo que trata una cuestión lingüística:
“Instalándose en el país, los fenicios venidos con Cadmos… aportaron a los griegos muchos conocimientos nuevos, entre otros el alfabeto, desconocido hasta entonces en Grecia según yo: primero fue el alfabeto que todavía usan los fenicios, después, con el tiempo, los sonidos evolucionaron así como la forma de las letras”.
“Sus vecinos eran en su mayoría griegos jónicos, aprendieron de los fenicios las letras del alfabeto y las usaron con algunos cambios; al adoptarlas, les dieron -y era de justicia, ya que Grecia las había tomado de los fenicios el nombre de caracteres fenicios…”.
“Yo mismo vi, en el templo de Apolo Ismenio en lebas de Beoda, caracteres cadmienses (fenicios) grabados en tres trípodes: son, en términos generales, idénticos a los jónicos. Uno de los trípodes lleva esta inscripción: Anfitrión me consagró al dios, sobre los despojos de Teleboens”.
“Sin duda, la cuestión se remonta a los tiempos de Lalos, hijo de Labdacos, a su vez, hijo de Polidoro y nieto de Cadmos”.
El alfabeto para ciegos
El primero en concebir la idea de una escritura en relieve para ciegos fue el calígrafo parisino Valentín Haüy. Quien realizó en 1793 un caja de caracteres itálicos simplificados, impreso en relieve, para los ciegos de la institución que él había fundado en 1785. Su éxito fue leve.
El inglés T. M. Lucas retomó la idea e, inspirándose en la estenografía, creó un alfabeto de símbolos fonéticos en relieve con el que publicó en 1837 una transcripción del Nuevo Testamento. Su compatriota James H. Frere mejoró considerablemente este procedimiento inventando el sistema de la línea de retorno, que hace que las líneas de un texto vayan de derecha a izquierda y luego de izquierda a derecha, con el fin de que el dedo no pierda la referencia.
El alumno del instituto Haüy para jóvenes ciegos, Louis Braille tenía dieciséis años. En 1825, imaginó un sistema completamente nuevo que permitía a las personas ciegas no solo leer, sino también escribir.
Se derivaba de la “escritura de noche” con signos de doce puntos, construida por el artillero Charles Barbier durante las guerras del Imperio (napoleónico); más tarde fue simplificado y sustituido por signos de seis puntos.
El sistema Braille no se adoptó hasta después de 1850, y se generalizó al día siguiente del Congreso internacional de 1878 de París.
El mayor interés del sistema Braille, en el cual cada combinación de puntos (de 1 a 6) constituye un signo, radica en su comodidad para la redacción. Se escribe, en efecto, con un simple punzón, a falta de máquina. De este modo permite a los ciegos mantener correspondencia entre sí.
En el siglo XX, la cantidad de volúmenes impresos en Braille ha suscitado la puesta a punto de máquinas electrónicas capaces de almacenar textos largos en poco volumen. Y, de transcribirlos para el lector en una zona táctil que se desenrolla a medida que se avanza en la lectura.
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