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Los universales lingüísticos

Uno de los problemas que más interesa a los investigadores del lenguaje es la búsqueda de elementos que aparezcan en todas las lenguas o idiomas y a los que se pueda considerar realmente “universales”. Desde la agencia de traductores en Córdoba te explicamos los universales lingüísticos:

Problemática de los universales lingüísticos

Es imprescindible el conocimiento y estudio de lenguas provenientes de familias muy diversas, porque el hombre tiende a considerar como generales los elementos que aparecen en su lengua o en las que conoce.

El primer elemento universal es que cualquier hablante de un idioma determinado es capaz de emitir mensajes nuevos, que no han existido nunca, y entender todos los mensajes correctamente formados que sus interlocutores sean capaces de crear.

Esto supone que el niño, en la adquisición del lenguaje, es capaz de abstraer una serie de reglas de diversos tipos (sintácticas, fonológicas y morfológicas), que le permiten crear y entender todos los mensajes posibles emitidos con ese código.

Otro principio universal, íntimamente ligado con el anterior, es la estructuración del lenguaje en dos planos: plano fonético y plano significativo, que se encuentra en relación arbitraria.

Se acepta también como característica general de todos los idiomas la composición de fonemas por rasgos distintivos, que básicamente son muy pocos, aunque los investigadores no están de acuerdo en su estructuración.

En este nivel aparecen como universales las consonantes nasales, mientras se discuten las descripciones vocálicas de algunos idiomas, aunque se admite generalmente que las vocales suelen ser elementos universales, a pesar de que haya lenguas que poseen una sola, frente al problema más complejo de la sílaba, a la que hay autores que le niegan su carácter universal.

Desde el punto de vista significativo, a pesar de ser un problema sujeto a fuertes polémicas, parece que hay que aceptar, de manera general, la articulación de los mensajes sobre dos elementos: ACTOR- ACCIÓN, o de una manera todavía más genérica, sobre una axiomática construcción basada en el esquema SUJETO-PREDICADO.

En todas las lenguas aparecen los operadores y, no, o, se ordena el espacio y el tiempo, aunque de maneras muy diferentes, y existen sistemas de pronombres personales, que pueden variar en cuanto a su número y, sobre todo, en cuanto a la relación de unas personas con otras.

¿Es universal la relación entre los dos planos de la lengua?

Si se examina la palabra guaraní (u), notaremos que tiene al mismo tiempo el significado de los verbos españoles beber y comer; también en la misma lengua, (a)ñoti puede significar yo siembro y yo lo entierro.

Si seguimos con la comparación entre estas dos lenguas, podemos encontrar el fenómeno contrario: el guaraní presenta dos formas distintas para el verbo que indica la acción de ladrar un perro:

  • Español: ladra
  • Guaraní: (o) gua’i: ladra avisando de algo / (o) ñaró: ladra simplemente

En las lenguas orientales, como en los dialectos de Vietnam, no existe una palabra que de una manera genérica designe el arroz, pero hay varias decenas de ellas para las diferentes clases de arroz. Lo mismo sucede con la palabra nieve para los esquimales, que presenta diversos términos según esté cayendo, esté helada, esté blanda, etc.

Durante mucho tiempo se creyó que eran idiomas pobres los que carecían de una palabra para un concepto determinado, y se contaba anecdóticamente que los zulúes no tenían una palabra para vaca, ni en las lenguas de Tasmania existía un término para árbol.

Hoy sabemos que no es un problema de riqueza o de pobreza lingüística, sino que se trata de distintas relaciones entre los dos planos. Las lenguas que en un determinado conjunto de significaciones, de un campo semántico determinado, presentan la misma clasificación, poseen isomorfismo semántico.

Vemos cómo el español y el inglés dividen un significado en campos similares, presentando aquí isomorfismo. Incluso lenguas íntimamente emparentadas, como sucede con el latín y el español pueden presentar fuertes diferencias entre las relaciones de los dos planos, es decir, pueden ser anisomórficas:

  • Latín: mus
  • Español: rata / ratón

En este aspecto hay campos semánticos muy bien estudiados, como la belleza en latín y francés, el parentesco en muchas lenguas o los colores.

Hay otros aspectos menos conocidos, como, por ejemplo, que las lenguas de los indios hopi de América del Norte no utilizan el plural más que para grupos objetivos: cinco mesas, siete mujeres, pero cuando el grupo supone una abstracción, como veinte días, no queda más remedio que formar una combinación con el singular y el cardinal.

Cuando se estudia la lengua materna es muy importante tener en cuenta que también a lo largo de su historia se han podido producir deslizamientos, y una combinación fonética que existe actualmente puede significar algo muy distinto en la lengua antigua, como sucede con estío en la lengua medieval.

El lingüista Meillet observó que existían una serie de lenguas, tales como, por ejemplo, el sánscrito, el griego o el gótico, que distinguían en el nombre hombre dos tipos:

  • Tipo A: “macho, hombre capaz de portar armas”
  • Tipo B: “nombre genérico de la especie humana”

Mientras que otros idiomas, como el inglés o francés, no distinguen estos significados, que aparecen englobados en las palabras man y homme.

Unidades lingüísticas y significación

Cada palabra de una lengua o idioma evoca en la mente del individuo un conjunto muy complejo de asociaciones de diferente naturaleza. Este conjunto recibe el nombre genérico de campo asociativo de la palabra.

El campo asociativo de la palabra

Si examinamos el siguiente esquema, comprobaremos la existencia de dicho campo de asociaciones, que podemos reducir a una serie de territorios más delimitados.

El campo asociativo de la palabra

La línea 1 conduce al terreno asociativo del verbo relacionado con la palabra base, el verbo actuar, y -como es natural- a todas las formas de ese verbo a lo largo de su conjugación, mientras que, señalado con xxx, aparece el verbo técnico, representar, que ya se encuentra fuera de la relación directa actor-actuar, pero íntimamente conectado con ésta.

La línea 2 representa el tipo de hechos que un actor puede realizar.

La línea 3 nos sitúa un conjunto de palabras unidas con actor por diversos motivos: actriz es el femenino de actor, frente a actorcito, que es palabra de significado diminutivo, o el admirativo actorazo, enfrentado al peyorativo actorzuelo.

La línea 4 también aparece dividida en dos ramas, aunque la asociación con la palabra base sea casi idéntica: 4.1 indica las palabras que establecen el agente de alguna acción (“el hombre que trabaja en el campo”, “el hombre que habla en público”), como también son agentes escritor, cantor y lector; la razón de la subdivisión radica en la forma alternante que aparece al final de la palabra: labrador — escritor.

La línea 5 nos conduce a una palabra también terminada en -tor, pero que (a pesar de su forma similar) ya no indica la persona que realiza la acción, sino solamente un vehículo o máquina que se emplea en determinados trabajos.

A través de la línea 6 llegamos a las diferentes especializaciones que un actor puede tener en una obra: puede ser protagonista, figura secundaria o, incluso, actor característico (que es el que acostumbra representar papeles de personas de edad).

La línea 7 nos presenta los diferentes lugares o elementos de comunicación que un actor puede utilizar en su labor para la difusión al público.

La línea 8 nos lleva al extremo máximo de la posibilidad asociativa de la palabra base: Pepe es un gran actor, aplicado a una persona cuya profesión no es ser actor, sino que, a través de un proceso de comparación, se le aplica por su capacidad para representar diversos papeles en la vida cotidiana. Esta última fase de la asociación supone, en teoría, pasos intermedios, como queda esquematizado a la derecha.

A su vez, cada uno de los elementos que componen el esquema lleva su propio campo asociativo, de aquí que en el lenguaje los campos de las palabras se crucen hasta formar redes muy tupidas y, a la manera de hilos y nudos, los significados no puedan estudiarse aisladamente, sino teniendo en cuenta este enmarañado conjunto.

En el campo concreto analizado, algunas relaciones son de tipo fonético (1 y 5); otras, de tipo fonético y, además, de significado similar (4), aunque sólo sea en ciertos elementos; algunas, como 6 y 7, dependen del carácter del significado de la palabra base, mientras que 1, 2, 3 son formaciones de un elemento fundamental [ACT-] más otro elemento u otros elementos también provistos de significación.

Unidades mayores que la palabra

De una manera habitual el hablante tiende a centrar el problema de la significación en unas palabras determinadas, sin advertir —tal vez por su carácter tan aparentemente natural— que toda oración contiene también un significado, aunque de tipo muy diferente, o como prefieren algunos investigadores, una suma de significados que producen el significado total:

El gato corre por el jardín.

Es realmente importante plantear si la oración es solamente la suma de los significados de las palabras o si existen algunos elementos que sea imprescindible tener en cuenta, además de los mencionados significados. Si comparamos:

  1. Cinco lobos mataron cinco perros,
  2. Cinco perros mataron cinco lobos,

advertiremos que hay diferencias básicas en el significado de estas dos oraciones, que corresponden a factores decisivos para la significación total de la oración, como —por ejemplo— el orden de los elementos. En las lenguas románicas se tiende a la construcción actor + acción + complemento de objeto, y en el momento en que existen dos elementos que por su significación pueden ser sujetos, el hablante ocupa la primera posición con el elemento que cumple la misión de sujeto de la acción.

Tampoco podemos olvidar la función que cumplen determinados elementos sintácticos (entonación, pausas) para determinar el exacto significado de la oración. Si pronunciamos la oración enunciativa Pedro come patatas, observamos que existe una ligera pausa entre Pedro y come patatas, mientras que la línea de entonación desciende al final de la oración:

Pedro | come patatas.

Asimismo en las construcciones de mandato, imperativas, Pedro, come patatas, en las que el hablante ordena a Pedro, vocativo, que ejecute una determinada acción.

Bastante diferente es, por el contrario, la construcción interrogativa ¿Pedro come patatas?, en la que la línea de entonación, en vez de descender, como en el primer caso, se eleva significativamente al fin de la oración:

¿Pedro come patatas?

A su vez, esos casos enumerados son totalmente diferentes en cuanto a su significación de las oraciones de tipo exclamativo: ¡Pedro come patatas!

Experiencias realizadas con grandes actores han demostrado cómo una secuencia de palabras, gracias a la capacidad de ser combinadas con diferentes curvas de entonación y pausas, podían llegar a ser entendidas como correspondientes a más de 40 situaciones absolutamente distintas. No hay que olvidar tampoco hasta qué punto son importantes en este tipo de experiencias los elementos gestuales que acompañan a la comunicación lingüística.

Estos problemas planteados tan esquemáticamente  nos demuestran que existen unos elementos lingüísticos que son fundamentales para la correcta realización de los mensajes lingüísticos y su perfecta comprensión por el oyente:

  • El orden de los elementos
  • Las líneas de entonación
  • Los diferentes tipos de pausas y el lenguaje gestual

En todos los idiomas o lenguas existen, además, combinaciones de elementos que poseen un significado unitario, que no es resultado de la suma de los significados normales de sus componentes.

Muchas veces vemos en una pastelería productos como tocinos de cielo, cabello de ángel o brazos de gitano, cuyo significado en modo alguno corresponde a la suma de los elementos que componen estas denominaciones.

Tales combinaciones reciben el nombre de locuciones, definidas por Julio Casares como “combinaciones estables de dos o más términos que funcionan como elemento oracional y cuyo sentido no se justifica por la suma del significado normal de sus componentes”.

Presentan, pues, una inalterabilidad, sus elementos no pueden cambiar de orden y su sentido es indivisible. Por ejemplo, como sucede con la carabina de Ambrosio, “algo que no sirve para nada”, la purga de Benito, “que hacía efecto en la botica”, hacer algo en un coser y cantar, “rápidamente”, o tener una gripe de padre y muy señor mío.

Las locuciones están muy cerca de los modismos propios de cada idioma. Basta citar algunos que significan rapidez extrema: en menos que canta un gallo, en menos que se persigna un cura loco, modismos que se presentan muy próximos al refrán, que tanto uso tiene en la lengua coloquial.

A lo largo de la historia de la lengua muchas de estas expresiones han perdido su valor original para adquirir otro diferente. En la lengua clásica ser un as tenía un valor altamente peyorativo, pues as no era otra cosa que la abreviación de asno, mientras que hoy en día esta expresión tiene un valor totalmente positivo al contaminarse con el significado de as, el naipe de más valor en la baraja.

Otras veces se ha perdido la conexión directa con el objeto de la realidad que servía de punto de partida, como ocurre con la expresión ¡Hasta verte, Jesús mío! (“beberse un recipiente de golpe, agotar el líquido”), que estaba en relación con las antiguas jarras o tazas que llevaban en su fondo las letras I. H. S. (Jesús).

Unidades menores que la palabra

La palabra es tal vez el concepto gramatical que ha sido utilizado en más ocasiones y que, en cambio, se resiste a una definición científica. Piensa que la dificultad que tendrías si pretendieras delimitar las palabras del mensaje siguiente:

“Ha nevado mucho la noche pasada: sin embargo, las máquinas quitanieves han podido limpiar las carreteras antes del mediodía.»

¿Qué hacer con unidades como ha nevado, sin embargo, quitanieves, del o mediodía?

Es indudable que no nos sirven los criterios gráficos ni tampoco los criterios de significación, pero es necesario para el investigador encontrar unos principios seguros que le permitan delimitar las unidades de cada lengua, sus tipos, sus combinaciones, etc.

Este arduo problema ha sido una de las causas fundamentales de la renovación de la lingüística contemporánea: al producirse la ruina del concepto de palabra, sobre el que se asentaba la gramática tradicional, las nuevas corrientes de investigación tuvieron que encontrar otros conceptos que les permitieran delimitar nuevas unidades sobre las que poder trabajar.

Si examinamos un fragmento del mensaje anterior, máquinas, podremos encontrar dos elementos provistos de significación: máquina-s; cualquiera de estos elementos poseen una significación y una forma fonética:

Elemento A: máquina + elemento B: -s

El elemento A y el elemento B son unidades mínimas provistas de significación y de estructura fonética, que además no pueden ser reducidas a elementos más pequeños, también provistos de forma fonética y de significación: son unidades mínimas formales.

Estas unidades mínimas de carácter formal son las unidades sobre las que trabaja la nueva investigación científica, unidades que se suelen conocer con el nombre de morfemas.

La tarea del lingüista será muy diferente de lo que antaño se creía; en la actualidad tiene que encontrar criterios de análisis que le permitan aislar y estudiar todas estas unidades, las relaciones que tienen entre sí, su distribución y combinaciones para formar mensajes lingüísticos y sus relaciones con los sonidos que las forman.

Supongamos el siguiente ejemplo:

La mesita es blanca.

Con este mensaje podemos comenzar un juego de delimitaciones: |la|mesista|es|+|blanca|

Si analizamos | blanca | encontramos dos elementos, dos morfemas distintos:

{blanc-} + {-a}

El primer elemento es portador de una significación (un color determinado), y puede aparecer en otras combinaciones: blanco, blancuzco, blanquísimo, blanquear…

Pero en estas combinaciones aparece el segundo elemento {-a}, que mantiene su significación femenina, de referencia o concordancia con elementos femeninos:

mesita , incapaz de aparecer aislado como {-a}, y dotado de significación diminutiva:

{gat-}+{-it-}+{-o}

El morfema presenta un aspecto de significación mucho más complejo, pues no se trata solamente de las notas significativas que corresponden al verbo ser, sino de otros muy variados y complejos:

Unidades menores que la palabra en los idiomasAparecen, pues, 4 rasgos de significación amalgamados en una misma forma fonética, los cuales presentan una independencia que puede comprobarse fácilmente si se cambia cualquiera de ellos por otros:

  • Persona > 3º conmutada por 1ª > es -soy
  • Número > singular conmutado por plural > es – son
  • Tiempo > presente conmutado por futuro > es – será
  • Modo > indicativo conmutado por subjuntivo > es – sea

Estas unidades mínimas, que forman todos los mensajes que cada lengua es capaz de codificar, pueden ser clasificadas en dos grupos bastante bien diferenciados en todas las lenguas del mundo: unos elementos básicos de tipo léxico: {gat-}, {blanc-}, {sol}; y otros elementos: {-s}, {-it}, {-a}, que son de tipo gramatical.

Los elementos léxicos de una lengua son infinitos, y ninguna persona posee todos los que la lengua tiene, pues continuamente están desapareciendo unos e introduciéndose otros; forman un inventario abierto, frente a los elementos gramaticales, que son muy pocos, y que poseen un número fijo en cada lengua; gracias a los elementos gramaticales se combinan entre sí los elementos léxicos en fenómenos como la concordancia:

Un perro negro >>> Unos perros negros

El hablante de un idioma es capaz de crear y entender todos los mensajes, aunque en muchos casos éstos no hayan sido emitidos otra vez, porque posee las reglas de combinación de estos elementos entre sí, unidas con las peculiaridades descritas antes: orden de los elementos, función sintáctica, entonación y pausas.

El hablante tiene todos estos esquemas abstractos desde su infancia, que le permiten utilizar el código lingüístico tanto para emitir mensajes como para recibirlos.

Los elementos gramaticales son de dos tipos: los que se combinan con elementos léxicos para formar verbos: tiempo, persona, voz, modo, número, y los que se combinan con elementos léxicos para formar sustantivos y adjetivos (género, número, artículo).

Morfemas con formas distintas

En algunas ocasiones, ciertos morfemas, tanto léxicos como gramaticales, aparecen en formas distintas:

  • perro +- {-s} / gato + {-s}
  • cajón + {-es} / cordel + {-es}
  • jabalí + {-es} / pirulí + {-s o bien -es}
  • com + {-ía} / abr+{-ía)
  • cant-a + {-ba} / salt-a + {-ba}

De estos ejemplos cabe deducir que el plural en castellano puede tener dos variantes {-s} y {-es}, según que la palabra acabe en vocal que no sea í tónica o en consonante (aunque también las palabras en í acentuada pueden hacer el plural con -s).

Mientras que los verbos que tienen su infinitivo en –ar construyen su imperfecto de indicativo en {-ba}, frente a los en -er e –ir que toman la forma {-ía}.

En ambos casos se trata de un mismo significado: plural (cantidad superior a la unidad), con las formas {-s}, {-es}; o imperfecto de indicativo (acción en tiempo pasado que interesa al hablante en su duración), con las formas {-ba}, {-ía}, significado recubierto por dos formas que presentan una distribución diferente en la lengua, pues las palabras acabadas en singular en consonante no suelen formar el plural en {-s}, y tampoco los verbos de la primera conjugación hacen el imperfecto en (-ía).

Se podrá objetar que puede haber excepciones en el caso del plural con préstamos de idiomas extranjeros : bistec – bistecs (que en realidad se acostumbra pronunciar bistés).

Otro problema más aparente que real aparece cuando al analizar algunas combinaciones de unidades: nevar / nieve, noche / nocturno, pierde / perdemos, nariz / nasal, nos encontramos con que el morfema léxico presenta algunas alternancias fonéticas: e / ie, ch / ct, r / s, que alteran la clara delimitación anterior de mínima forma fonética provista de significado.

Pues se trataría de formas fonéticamente muy próximas, que poseen el mismo significado y que, como en el caso anterior, tienen que ser clasificadas como variantes condicionadas por diversos aspectos: el acento en el caso de pierde / perdemos, o la diferente transmisión que ha tenido la palabra a lo latinas como nocte han seguido la evolución normal del español:

nocte > noche

frente a la palabra nocturno, que es de transmisión culta, y que por tanto no ha seguido la evolución normal.

En algunos casos muy excepcionales el morfema puede encontrarse escindido en dos elementos fonéticos, que no aparecen consecutivamente, sino con la interpolación en la cadena hablada de otros elementos; tal es el caso de la negación en francés:

  • Francés: ne | verbo | pas
  • Español: ni… ni

Uno de los descubrimientos más originales de la lingüística contemporánea ha sido la introducción en la descripción de no aparecen en forma material en la cadena hablada, que no poseen forma fonética, sino que (por el contrario) es su ausencia la que proporciona la significación.

Se produce entonces en el sistema de la lengua la oposición entre el singular y el plural, presencia de -s / ausencia de -s.

Estos morfemas especiales introducidos para facilitar la descripción de las lenguas se conocen con el nombre de morfemas cero o elemento lingüístico en grado cero.

Rasgos semánticos

Algunos lingüistas, con concepciones teóricas muy diferentes, han intentado encontrar los últimos componentes distintivos y característicos que se combinan en el significado de una palabra. Por ejemplo, en la palabra niño.

A su vez, niño puede entrar en contacto con otros elementos en un determinado contexto y tener un significado diferente: “Pedro, a sus setenta años, es un niño”.

Parece claro, pues, que es posible analizar con este mismo sistema algunas palabras de la lengua: mujer, hombre, viejo:

  • Mujer: ser humano + femenino + edad
  • Hombre: ser humano + masculino + edad
  • Viejo: ser humano + masculino + mucha edad

Encontraremos que todos ellos poseen un rasgo común, ser humano, que es el rasgo significativo que les asocia en un conjunto que suele denominarse campo semántico (conjunto de significados englobados en un significado general), que —a su vez- poseería en su interior otra microestructura, otro campo semántico más limitado, que sería el de la edad.

En cuanto se intenta precisar, se constata que los problemas no son tan fáciles de resolver, pues no está tan clara la diferencia entre muchacho y joven, sin tener en cuenta adolescente. Ni tampoco entre viejo y anciano, palabra a la que muchos hablantes designarían como más culta y noble.

Es indudable que todos aparecen englobados en la categoría de hombre, salvo niño, y la palabra hombre, en determinados contextos, aparece con valor genérico, en el que se engloba el masculino y el femenino (en este valor también entra niño):

El hombre es mortal

En algunos campos semánticos se han logrado  descripciones muy brillantes partiendo del concepto de campo semántico: constituye un ejemplo clásico la descripción que el lingüista francés B. Pottier hizo de los muebles que sirven para sentarse.

Pottier comienza su razonamiento diciendo que si nosotros presentamos varios objetos iguales (sillas) a una, serie de hablantes de una lengua, obtendremos una única respuesta a la pregunta ¿qué es esto? La respuesta será: Es una silla. Silla será, pues, el nombre genérico que corresponderá a una serie de objetos.

La palabra silla será una unidad léxica del lenguaje, que podrá ser descompuesta en una serie de rasgos que podrían ser esquematizados de la siguiente manera:

  1. Mueble que sirve para sentarse
  2. Con respaldo
  3. Sin brazos
  4. Con patas
  5. Para una persona

Este tipo de esquemas es muy claro, y presenta la posibilidad de esquematizar el campo semántico por sus rasgos distintivos. El problema empieza a complicarse si en el cuadro se intenta introducir un nuevo elemento que posea, como es lógico, un rasgo distintivo diferente; por ejemplo, si se intenta introducir un mueble como el confidente, caracterizado por respaldo, brazos, patas, uso por dos personas, coincidirá con sofá, pero en el confidente aparece un rasgo nuevo: las dos personas no están sentadas en la misma dirección, sino en direcciones opuestas; entonces este rasgo tendría que aparecer para distinguir el mueble del sofá, y así se iría complicando cada vez más la descripción.

Si se observa detenidamente este análisis, v se intenta aplicarlo a otros campos semánticos, el miedo en castellano, por ejemplo (con miedo, temor, terror, horror, canguelo…), se verá cómo es un caso un poco más difícil, aunque se podrían encontrar rasgos de tipo de intensidad o cuantitativos y de nivel lingüístico: el temor es menos intenso que el horror, y el canguelo es término de tipo mis coloquial que el terror.

Y así el análisis se va haciendo o más complejo o más difícil, según que se aplique a unos campos semánticos o a otros.

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